LIKES VS MONTAÑAS


La felicidad que no cabe en una pantalla
Snow, mi husky de trece años, clava sus patas en la nieve recién caída.Huele el viento como si leyera un mensaje ancestral , su hermana ausente Neu,late aún en cada crujido de hielo bajo mis botas.Aquí, en la montaña invernal, el tiempo se desvanece. El paisaje es un lienzo en blanco y negro donde pintamos huellas, no píxeles.
No hay notificaciones que interrumpan este silencio. El frío muerde, pero cura. La soledad aquí no es vacio es plenitud. Sabes que estás vivo no porque un corazón virtual parpadee en tu pantalla, sino porque el tuyo late al ritmo de las pisadas de Snow.
Pero al bajar al valle, el hechizo se rompe. El teléfono vibra. Instagram exige su tributo: postea la foto, etiqueta la ubicación, colecciona likes como si fueran migajas de validación.
Chamath Palihapitiya —arquitecto arrepentido del casino digital llamado Facebook— lo admitió: "Diseñamos máquinas tragamonedas de dopamina. Y ganamos".Ganaron, sí. Perdimos nosotros. Porque cada like es un anzuelo en el cerebro. La misma zona del cerebro que grita ante un hueso roto se estremece cuando nadie da "me gusta" a tu selfi. ¿Ironía? La evolución nos preparó para huir de leones, no para sobrevivir al desprecio de desconocidos en TikTokPero la montaña resiste. No necesita saber tu edad, tu género ni tu historial de compras. Solo pide que respires. Que camines. Que recuerdes que eres un animal que alguna vez supo vivir sin wi-fi.
Galeano tenía razón: los cambios grandes nacen de gestos pequeños.
Hoy: Borré Twitter.
Mañana: Plantaré un pino donde Neu solía cavar.
Pasado: Caminaré hasta que el teléfono se quede sin batería... y yo sin miedos.
La respuesta está en la nieve: pura, efímera, indomable. Como nosotros antes de que el mundo nos enseñara a mendigar aprobación en 280 caracteres.
No hay notificaciones que interrumpan este silencio. El frío muerde, pero cura. La soledad aquí no es vacio es plenitud. Sabes que estás vivo no porque un corazón virtual parpadee en tu pantalla, sino porque el tuyo late al ritmo de las pisadas de Snow.
Pero al bajar al valle, el hechizo se rompe. El teléfono vibra. Instagram exige su tributo: postea la foto, etiqueta la ubicación, colecciona likes como si fueran migajas de validación.
Chamath Palihapitiya —arquitecto arrepentido del casino digital llamado Facebook— lo admitió: "Diseñamos máquinas tragamonedas de dopamina. Y ganamos".Ganaron, sí. Perdimos nosotros. Porque cada like es un anzuelo en el cerebro. La misma zona del cerebro que grita ante un hueso roto se estremece cuando nadie da "me gusta" a tu selfi. ¿Ironía? La evolución nos preparó para huir de leones, no para sobrevivir al desprecio de desconocidos en TikTokPero la montaña resiste. No necesita saber tu edad, tu género ni tu historial de compras. Solo pide que respires. Que camines. Que recuerdes que eres un animal que alguna vez supo vivir sin wi-fi.
Galeano tenía razón: los cambios grandes nacen de gestos pequeños.
Hoy: Borré Twitter.
Mañana: Plantaré un pino donde Neu solía cavar.
Pasado: Caminaré hasta que el teléfono se quede sin batería... y yo sin miedos.
La respuesta está en la nieve: pura, efímera, indomable. Como nosotros antes de que el mundo nos enseñara a mendigar aprobación en 280 caracteres.
Nota; esta entrada ha sido escrita por mi con correccion ortografica y de estilo por una IA
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